Por Nico Kobane
La asunción de Donald Trump provocó un estado de rebelión
popular nunca visto en el país más poderosos del mundo, con millones de
personas protestando en las calles de todo el país. Esta situación expresa un
tremendo odio obrero y popular, no solo hacia el nuevo presidente sino para con
el conjunto del stablishment político. La mayoría - una parte de la cual ni si quiera fue a votar -
quedó profundamente hastiada por la campaña de acusaciones morales entre el presidente
electo y Hillary, tiene mucha bronca porque viene sufriendo los efectos del
Plan de Ajuste de Obama e intuye que el que viene no es otra cosa que la profundización
del anterior. Con los demócratas en el gobierno, la deuda superó el 120%
del Producto Bruto Interno, cayó en picada la producción industrial y cientos
de miles de trabajadores y sectores medios fueron empujados hacia la
indigencia, aumentando estrepitosamente los índices de desocupación,
criminalidad y marginalidad. El imperialismo yanqui entró de lleno en una situación mucho
más crítica debido a la debilidad del gobierno electo y el estallido del
régimen bipartidista, que generó una poderosa fragmentación, principalmente dentro
de las filas del ganador, que está partido en decenas de facciones que no
quieren a Trump y se combaten entre sí. Este quiebre ya venía produciéndose en la Guerra de Medio
Oriente, donde distintas camarillas de los dos principales partidos llegaron a
enfrentarse en campos militares opuestos, a través del apoyo que sus líderes les
brindaron a las diferentes burguesías de la región, como Irán, Siria, Arabia,
Turquía, Qatar, etc. (Leer todo)
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