El año nuevo comenzó con un acontecimiento demostrativo de
la dinámica de la situación mundial, que marcha hacia una profundización de las
peleas -cada vez más sangrientas- entre los dueños del poder mundial. El
atentado a la discoteca “Reina” de Estambul, que provocó decenas de muertos, es
un símbolo macabro de esta perspectiva. La mudanza abrupta de Erdogan, que pactó con sus viejos
enemigos Putin y al Assad la rendición de Aleppo a cambio del despliegue de sus
tropas en el norte de Siria -para evitar la unificación de los cantones kurdos-
abrió una “Caja de Pandora” que tendrá consecuencias nefastas para el régimen
turco, que está cada vez más aislado. Luego de derribar un avión en la frontera siria y tratar
como héroes a los bandoleros turcomanos que acribillaron a uno de sus pilotos
cuando se eyectaba en paracaídas, el “Sultán” Erdogan corrió a besarle los pies
al “Zar” Vladimir Putin, ganándose el odio de un sector de las bandas islamitas
que hasta hace poco combatía sostenido por Turquía. Según dicen varias fuentes -particularmente las relacionadas
a la resistencia kurda- el asesino del embajador ruso en Ankara no era ningún
“lobo solitario”, sino un integrante del riñón de las organizaciones
“otomanistas” fogoneadas por el partido del gobierno, el AKP, razón por la cual
fue acribillado sin mediar ninguna orden de detención. Si las contradicciones en las alturas del poder tienden a
intensificarse en Turquía, la segunda potencia de la OTAN y país clave para el
futuro de Medio Oriente, ni qué hablar de lo que está comenzando a suceder en
EE.UU., aunque de manera menos llamativa que el atentado de Estambul o el
fusilamiento del diplomático ruso. (Leer toda)
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