Por Juan Carlos Beica
Desde 2010 en adelante comenzó a desarrollarse el proceso
revolucionario denominado “Primavera Árabe”, que tumbó a varios dictadores y
desarrolló organismos de poder obrero y popular en varias regiones,
principalmente en Siria, donde surgieron con mucha fuerza los consejos locales en
las ciudades más importantes y las asambleas populares en el Kurdistán o
Rojava. Para enfrentar la Revolución y evitar que estas experiencias
se extendieran hacia otras latitudes - principalmente a los países limítrofes y
europeos - tanto el imperialismo como las burguesías locales se valieron de
diferentes tácticas, aunque con un punto de coincidencia entre todas ellas: la
brutalidad mediante la cual se jugaron a aplastar la radicalización de los
pueblos. Así fue que en Egipto se pergeñó un golpe de estado, debido
al cual se encarcelaron, torturaron y asesinaron miles, mientras que en Siria
la dictadura de al Assad se lanzó a una guerra genocida contra el movimiento de
masas, que debido a esta realidad se vio obligado a armarse. Las bandas jihadistas, como Estado Islámico o el Frente Al
Nusra, que surgieron dentro de ese proceso o fueron introducidas por las
burguesías árabes y el imperialismo, colaboraron con la contrarrevolución,
poniendo en el centro de sus miras no al régimen sino al pueblo en armas. Lo
mismo sucedió con Hezbollah y las tropas rusas, que se ubicaron del lado del
régimen. (Leer todo)
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